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Vida en el Espacio |
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Todos los derechos del autor reservados. |
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Leonardo Da Vinci |
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Leonardo Da Vinci ¿Fue un Extraterrestre?
-¿Acaso leonardo Da vinci fue un extraterrestre?
Miren aqui una historia sobra una documentacion que Podria revelar la verdad sobre si leonardo da vinci fue un extraterrestre o no:
Leonardo da Vinci, era un extraterrestre.
¡Uaaaaah…! ¡No, por favor, necesito una hora más…! ¡
¡Venga, arriba…!
Sábado, nueve y veinte de la mañana, con las posaderas en los asientos del autobús, nos dirigimos a Madrid de excursión… ¿Adónde vamos a ir…? Ni idea.
En lo que dura el trayecto, caen unas cuantas hojitas más de mi librito; uno de Enrique de Hériz, “Mentira”, el cual han vendido como si se tratara de la bomba, yo he picado y me lo he comprado en bolsillo, y el libro tiene menos chicha que la pata de un jilguero. Bla, bla, bla… Le sobran como unas doscientas páginas de bla, bla, bla, aburrido, gravitatorio, redundante y sin emoción; una vez eliminadas, quedan otras doscientas que no sirven para nada ni aportan nada a la historia y que el autor ha dejado ahí para que nos acojonemos con lo que sabe de antropología y de barcos, y lo que queda es tan normalito, que da vergüenza, en fin. A pesar de todo esto, lo terminaré, ¡qué decepción!
En Moncloa, caen dos desayunos con porras servidos al uso por Félixque hoy tiene un día cantarín y dicharachero. En conversación con unas clientas vecinas, confiesa que el miércoles va a cumplir cincuenta y seis años. ¡Increíble!, comentan al unísono las dos chiquitas. Félix, se expande…
Se me ocurre que, en la Guía del Ocio, había visto una exposición que nos pudiera interesar. Caminito los bulevares, todo tieso hacia arriba, llegamos al Conde Duque, entre cuyas paredes se exhiben hermosos originales del ilustrador Enric Climent. Aprovechamos y nos damos una vuelta por el Museo Municipal de Arte Contemporáneo, para ver si hay algo nuevo. No hay nada nuevo. Nos acercamos, allí mismo, a la exposición Filipiniana. La luz es mínima, el calor es excesivo, un olor a madera y barniz inunda el ambiente… Me voy directamente a las vitrinas de la época de la colonización española durante el ´98 y a otro par de ellas más de la época, más o menos. No aguanto la temperatura, me voy de allí, me paro a ver el catálogo, cuarenta euros de vellón, las fotos de soldados impresas muy chiquitiras, me estoy haciendo pis… He visto cuartos de aseo, retretes, muchos, por ahí, por pueblos y lugares infames… el del Conde Duque, es ahora uno de ellos a recordar, ¡qué vergüenza! ¿No tienen presupuesto para jabón, ni para papel para secarse las manos, ni para una escobilla…? Eso sí, eh, la exposición, a la última. Sin apenas luz para ver las cosas que se exponían, pero moderna, moderna, tú…
Tomamos rumbo hacia el Centro, atravesando viejas calles vacías a esas horas. Hacemos parada en un Carlin, donde hago pesquisas sobre determinado material de oficina que necesito. Siendo ya la hora que es, nos adentramos en un bar de estos de medio diseño, medio rústico, o sea, medio ná, en el que nos pedimos dos cervezas. Aparte de lo del camarero gracioso, aguantamos las dos cervezas a palo seco, que si hay algo que han traído los locales de este tipo a Madrid, es que se estiran menos que un chicle de madera, y que si quieres aperitivo, te lo pagues. A los cinco minutos estábamos quemados, aburridos, abrumados por el volumen y el horror de música que tenían puesto y, encima, con las paredes del estómago pegadas una a la otra y estragadas por la ingesta de unas cervezas frías, servidas a pelo. Con apenas un culín de cerveza en los vasos, nos ponen tres empanadillas mínimas, rellena de aire una de ellas. Las dos cervezas peladas, nos salieron al módico precio de cinco coma cincuenta euros, vamos, cerca de mil calas. ¡Toma ya!
He de reconocer que no, que no estoy preparado yo para lo moderno; por lo menos, para determinado tipo de modernismos. O sea, quiero decir, lo moderno de pagar por lo que no se lo merece y, encima, largarte sin decir nada, que no es correcto. Es la forma moderna y elegante del robo, pero sin querer y solidaria. Completamente cabreados y con las tripas estragadas, arrumbamos a la Plaza Mayor, donde quería yo ver unas cosas de unos sombreros. Es pasado unos momentos, que tras una ronda por la plaza y visionar algunos escaparates, observo que al ladito mismo del establecimiento, cae uno de los locales más famosos de Madrid por su sapiencia y buen hacer en el arte de la fabricación de bocadillos de calamares. El local estrecho, limpio; los camareros: auténticos: uno gordo, tremendo, el otro flaco, escuálido; los productos: de primera. Cayeron dos cervezas y dos bocadillos de calamares que no se los salta ni un gitano, y que nos hicieron ya de comida y nos aportaron tal disfrute, que nos arreglaron esta mañana entristecida por aquellos otros, insulsos y roñosos. Seis euros la juerga, ¡ya te digo! Eso sí lo pago a gusto, que lo vale.
Había contemplado yo, la posibilidad de que siendo las horas que eran, a lo mejor, sería un buen momento para ir a ver aquella exposición de Rembrandt que no pudimos ver, tiempo ha. Contaba con que tratándose de la hora de la comida, no habría nadie. Me equivoqué. En vista del atasco en el comienzo de la exposición, decidimos empezar por el final. A trancas y barrancas, sorteando tíos plomos que habían decidido aquella mañana, tirarse toda la mañana dibujando en un bloc con un lápiz, pegada la nariz a los diminutos grabados del artista de un señor y una señora meando, y con el total desprecio hacia la gente que queríamos ver aquella obra con los mismos derechos que aquel señor nos negaba, fuimos viendo poco a poco la exposición, que lentamente se iba vaciando, lo que nos produjo cierta alegría. La exposición, sublime, no hace falta que les comente yo nada. “Rembrandt apoyado en un petril”, me pareció una obra extraordinaria. Seis pequeños retratos de Rembrandt, o los retratos de sus padres… ¡Qué disfrute, por Dios! Ya que estábamos allí, nos dimos una vuelta por otra exposición que la Biblioteca Nacional dedica a las canciones y a los autores de aquellos años de rebeldía, que luego desembocaron en una transición, y de los que nadie se acuerda ya. Nos reímos mi chica y yo, ante un par de fotos de Moncho Alpuente y las Madres del Cordero, ¡qué pintas!; todavía nos acordamos, cuando vinieron a actuar a Moratalaz… aquella canción que decía: “Adelante hombre del seiscientos, la carretera nacional es tuya…” ¡Joder, tú, qué tiempos…!
He de comentar, que mi chica y yo, hacemos todos los trayectos a pie, única forma de poder disfrutar de la geografía de Madrid y su hermosura, a tope. Después de lo de Rembrandt, y ya un poco cansados, decidimos volver a casa. En el autobús, empiezo a consumir páginas del libro, me duermo, claro.
Ya en casa, una ducha refrescante nos reconforta; unas tónicas, nos refrescan. Vuelvo a mi libro, me vuelvo a dormir, claro. Ya de noche, la cena, una peli, y a la cuna…
Hoy ya es domingo, he recuperado la hora que no me dejaron dormir ayer, y estoy escribiendo este texto. No me apetece, absolutamente nada, hacer las cosas que tengo que hacer. Estoy como loco por empezar el libro de Unai Elorriaga, “Un tranvía en SP”, y acabar el otro plomo de libro que tengo empezado; me apetece escuchar musiquita…
Y el caso es que había contemplado yo la posibilidad, de hacer hoy un dibujo para homenajear los cincuenta años de uno de mis personajes favoritos de los tebeos, y poner todo el proceso de realización aquí, en el guaca!; pero ya, con las horas que son, como que no…
Mi chica ha puesto a hacerse, cocido; del light, eso sí, que mis vísceras no me permiten excesos gastronómicos; el colesterol, ya les dije. Por cierto, mañana es lunes… ¡Jo!
Aaaaaadiós.
Por Spacenews
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